Thursday, January 21, 2010

Una noche.

Cuentan que una noche un francés deseó soñar despierto...

Todas las noches Yann se paraba frente al espejo y deseaba que al tocar su reflejo se convirtiera en la puerta de entrada a otra ciudad, a otro tiempo, a la vida de su otra. Lo tocaba con tal suaviad como si estuviera acariciando por primera vez la piel de aquella a quien hasta ahora había tenido solo en sueños.

Yann se dió por vencido. Dejó pasar algunos días y siguió en su mundo, en su París, no pensó en ella ni en el espejo, abandonó sus más profundos deseos y siguió.

Esa noche fue diferente, Yann no podía dormir. Conforme las horas pasaban comenzó a sentir un calor casí volcanico, tuvo la necesidad de levantarse de la cama y caminar por su oscura habitación.

Y ahí estaba, de nuevo frente al espejo. Pasaron unos minutos antes de que Yann se decidiera a tocarlo y a desear de nuevo. Su mano caliente cuál lava hizo contacto con la superficie, con su reflejo. El espejo sin más comenzó a tornarse en azul, el más profundo de los colores donde la mirada se hunde sin encontrar obstáculo y se pierde en lo indefinido. Así se perdió Yann.

Era hora de abrir los ojos y tal vez regresar a dormir. Sin embargo, Yann se dio cuenta que no estaba más en su habitación. Frente a él: ella.

-"Fue un hechizo kantiano; un hechizo espontáneo"- dijo ella con una sonrisa dibujada en su rostro.

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