"Suele representar libertad, despojarse de ataduras del pasado. El loco te invita a despojarte de esas ataduras y te indica que tomes un nuevo camino por muy disparatado que sea.
Esta carta es la espontaniedad hecha realidad, es la carta que guía nuestro instinto. Aquello que nos dice que hagamos lo que el corazón nos dicte. Incluso si va en contra de lo socialmente establecido, sólo tú eres el poseedor de ese entusiasmo y esas ganas que te hacen ser felizmente ignorante de lo malo que te pueda pasar.
En cualquier caso, la actitud del loco suele desorientar bastante a las personas que están a su alrededor, ya que las cosas que hace no son comprendidas con facilidad, no es lo normal, no es lo socialmente establecido.
Esta carta es la espontaniedad hecha realidad, es la carta que guía nuestro instinto. Aquello que nos dice que hagamos lo que el corazón nos dicte. Incluso si va en contra de lo socialmente establecido, sólo tú eres el poseedor de ese entusiasmo y esas ganas que te hacen ser felizmente ignorante de lo malo que te pueda pasar.
En cualquier caso, la actitud del loco suele desorientar bastante a las personas que están a su alrededor, ya que las cosas que hace no son comprendidas con facilidad, no es lo normal, no es lo socialmente establecido.
Si te sale esta carta cuando te tienes que enfrentar a alguna encrucijada en tu vida, el Loco te dice que creas en ti mismo y sigas los dictados de tu corazón, por muy disparatados que puedan parecer. Arriésgate a hacer esa locura que llevas persiguiendo hace tiempo"
Capítulo 1
Delirios
-“Me llevo tu sonrisa a la cama para soñarte despierta”- susurró aquella noche una dulce voz que me parecía haber escuchado antes por los pasillos de este pabellón. El reloj de pared marca la 1:15 de la madrugada de un caluroso 12 de marzo. A pesar de llevar varios días en coma, nada ha cambiado, el mismo azulejo desgastado, enfermos frente a mí -¿y, yo?- sentado en una cama vieja y corroída por el óxido como el que ahora me corroe la mente.
40º C. Decidí salir de la cama, me dolía la cabeza. Dejé ese amarillento y asfixiante cuarto, caminé entre una docena de insectos que salían de los lugares más lúgubres y oscuros muy seguros de que a esa hora su existencia en este mundo no peligraba. Exploré silencioso los pasillos.
El calor húmedo en esta temporada es sofocante, sobre todo en Bosch -el nombre de mi pabellón- no existe ventilación, no hay muchas ventanas ni puertas así que aprovechamos cualquier pequeño viento que se cuele entre el olor de medicamentos y sudores para respirar un poco de aire puro.
El dolor de cabeza continúa, me punza la sien.
Pierdo el conocimiento.
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