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Friday, December 23, 2011

Conejo #260811



Era de noche, me pediste un conejo. No quise dártelo aunque guardé en secreto que ya había llegado desde noviembre. Cuando me lo pediste, sentí que me lo estaban quitando. Lo escondí debajo de las cobijas para que no pudieras verlo. Creo que aún no estás listo para hacerte cargo de él. Llevo cuidándolo unos cuantos días. Desde que llegó tomó posesión de una de mis botas, lo dejé quedarse ahí aunque eso significara no usarlas más.

Pantufla aún es pequeño, gris y con un manchón negro en su pata delantera derecha, medirá apenas unos diez centímetros. Sé que le puse nombre, no debí haberlo hecho, porque hacerlo es encariñarme con él. La verdad es que no quise dártelo cuando lo pediste, ¿sabes? es un conejo un tanto pretencioso, intenso y de vez en cuando un poco tímido. Imaginarás la combinación. A pesar de ser muy inquieto –brinca todo el día-hablo con él y le explico que debo ir a trabajar y que llegaré pronto. Cuando no puedo llegar temprano se pone triste, me ignora y no quiere salir de su bota. La primera vez que se escondió estaba preocupada, pasaron dos días y apenas asomó las orejas, era obvio no quería que lo volviera a ilusionar. Necesita cuidados sabes, no estás preparado para él.

Preparé un poco de té de frutos rojos con miel y me senté en el piso cerca de la bota, tomé la taza con mis manos para calentarlas un poco antes de tomar al pequeño Pantufla. No debes preocuparte es dócil, solo no hay que hacerlo enojar o saldrá corriendo y no querrá saber más de ti, -es muy intenso en eso se parece a ti-. Apagué las luces y estuve ahí mirándolo un par de horas. Entendí que era tiempo de dejarlo ir, no podía seguir encariñándome con algo que no era mío, tuvimos una larga plática, me llevó toda una noche poder plantear las cosas que quería que te dijera lo más claro posible.

“Es un hecho que me dio gusto conocerlo Pantufla. ¿Sabes? fue en un viaje a Campeche en agosto. Confieso el “tipo” se me hacía algo pesado, de hecho casi invisible. Basto un momento para sentir la necesidad de conocerlo, pero yo en ese momento tenía otros problemas en cuáles enfocarme para no hundirme. Recuerdo que me pidió información turística de Berlín. ¿Berlín? cómo decirle que Alemania no era un tema seguro en ese momento, fue como meter el dedo en la llaga Pantufla, pero fui fuerte y le dije que se la enviaría, me dio sus datos y nos despedimos. No supe más de él”

“Unos cuantos meses después, me preparaba para un viaje a Orlando, llegué muy temprano al aeropuerto, fue de esas pocas veces en las que un viaje de trabajo me emocionaba. Me acerqué a las pantallas y en el “check-in” vi su nombre al lado del mío <<¡Voy a viajar con este pesado!>> dije. Lo busqué en la sala de espera, lo busqué en el avión y no lo encontré. Lo olvidé un poco durante el vuelo, bajé y ahí estaba. La verdad no sabía si saludarlo o no, pero no me quedaba otra alternativa.”

Pantufla me miraba con extrañeza. Entendiendo y procesando tantas incongruencias. Seguí.

-Traté de no darle mucha importancia. No quería dársela. Pero me conoces, sabes que más tardo en oponerme que en hacerle caso a mis impulsos. Convivimos mucho tiempo durante el viaje y cambió mi perspectiva, ya no era aquél que me caía tan mal. Los días pasaron muy rápido y cuándo menos me di cuenta estábamos de vuelta. Como me ha pasado en algunos otros viajes, pierdes comunicación con la gente con la que te la pasaste tan bien y hasta que te los vuelves a encontrar se crea el lazo otra vez y no sé, simplemente no sé, si hubiera preferido que esta vez con él fuera así.

Entonces Pantufla me miró intrigado, era como si tratara de penetrar con su mirada mi retina para encontrar la terminación nerviosa que lo llevaría directamente a lo que quería decirle. Le di un gran sorbo a la taza y evite la mirada del pequeño conejo, recargué mi espalda al pie de la cama, suspiré y me armé de valor.

-¡No sé cómo decirte esto!, lo más preocupante es que no sé cómo se lo vas a decir, debes de buscar la manera más eficaz para que nadie salga lastimado. La culpa la tuve yo, pero también la tuvo él no debería mostrar tanto interés. Sí, es cómo pedirle que no haga lo que más me gusta que haga, -es como pedirle dejar de ser él-. Dentro de mi vulnerabilidad me he ilusionado, reído, llorado, enojado pero sobre todo me resistí a abrir la caja fuerte. La verdad es que no pude. Lo intenté y no pude. -Tomé al pequeño conejo, acerqué su oreja a mi boca y susurre: Me gusta.

Pantufla me miró como si supiera previamente lo que le diría. Para mí no había marcha atrás. Se lo había dicho y tendría que decírtelo a ti.

Me disgusta que las cosas no se estén dando como quisiera. Las semanas volaron, el año se acabó y lo he visto dos veces después de aquél viaje. Y aunque hemos seguido en contacto, chateando y hablando no está tan padre que comience a extrañarlo. Quisiera estar más con él.

Debes decirle que tiene que alejarse, que debe moderar más sus palabras, él no sabe lo impulsiva y lo creída que soy. No debe decir cosas como “ya dimos un paso más en nuestra relación” o hablar de “relación” por x, y o z. Porque no la hay. Al menos eso creo, aunque no es lo que quisiera creer.

Cierto es que… ¡no quiero perderlo Pantufla!, en poco tiempo lo he llegado a querer mucho. Pero no quiero pensar en él solo como una pantalla, como palabras que nunca se pronunciaron y de los planes que nunca se realizaron. Él sabrá qué hacer.

Pantufla, dile que lo quiero y que me retiraré unos días trataré de distraerme con más salidas y más personas. Dile que ahora entiendo porque desde Campeche me llamó la atención y porque desde Orlando no hemos dejado de hablar y aunque aún no sé el propósito por algo teníamos que encontrarnos.



Regresando a ti, creo que tocan a tu puerta. Abre, es el conejo que hoy te doy.