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Sunday, June 28, 2015

Encuentros Kármicos (parte 2)



A place called you 

En uno de esos correos me contó que se había mudado a París, Michael siempre me pareció alguien que no quería estar por mucho tiempo en su país, algo en lo que coincidimos. Ahora yo, viajaba a París en donde me encontraría con alguien más. No quise tentar al destino y decidí no escribirle. “¡Te lo vas a encontrar en el metro!”, me dijo una amiga que a veces me asusta porque lo que dice o se cumple o sea próxima lo suficiente.

No, no lo encontré en el metro. Pensé que si esos ojos me habían quitado el sueño muchas noches y había tenido que hundirme en mis emociones quebrantadas para volver a levantarme, era mi oportunidad de cerrar ese ciclo. No tardó mucho para que el universo se diera cuenta y él me escribiera uno de esos esporádicos mails. Respondí un: “Solo por si acaso, estaré en París por las próximas dos semanas”. No tardé más de 5 minutos en recibir una respuesta. Quería verme.

Nos vimos un sábado a las 7 en Place du Republiqué. No puedo negar que me temblaban las piernas y el corazón se me salía. ¿Cómo sería? ¿Lo reconocería? ¿Cómo iba a saludarlo? Llegué un poco antes de la cita, no tuve el valor para pararme en el punto en donde habíamos  acordado. Esperé al otro lado de la calle. El viento tomo fuerza y decidí hacer lo mismo para encontrarme con mi destino. Con las manos en los bolsillos y la cara hacia abajo cubriéndome del frío cruce la calle.

Ahí estaba él, tal como lo recordaba. Lo abracé y como buen alemán el no supo qué hacer ante tal muestra de cariño. Iniciamos el camino, ahora él sería el guía y me llevaría a conocer otro París. Caminamos por el Canal de St. Martin, me mostró el lugar donde Amelie –la de la película- lanza piedras al canal, el hielo empezó a romperse con preguntas simples. 

Nos detuvimos en algún restaurante de Montmartre, pedimos una copa de vino y ahí estábamos frente a frente. No tuve más remedio que abrir la caja de pandora. No sabía si escribirte o no, dije. Su respuesta me sorprendió pues siempre tuvo presente que en su siguiente viaje a Ciudad de México me buscaría.  “Han pasado 3 años, 9 meses y 10 días desde que nos conocimos”, afirmó confiado.

Cuando la comunicación entre dos personas cesa pueden dar por sentado lo que uno piensa del otro. Cada 4 de julio Michael recuerda mi cumpleaños. La charla continuó por unas horas, sanamos y olvidamos. Me contó que su novia fue el motivo de su cambio a París y que cuando nos conocimos estaba terminando una relación a distancia y no quería volver a pasar por lo mismo, así decidió dar por terminada nuestra relación después de dejar México. “Tal vez si viviéramos más cerca, lo intentaríamos y funcionaría, estoy seguro”.

Un vendedor de rosas interrumpió la plática, me preguntó si quería una y yo negué con la cabeza. No podía llegar a casa con una rosa. Yo también estaba iniciando algo. “Si llego con una rosa, seguro me sacan de casa”, afirmé. Me preguntó que si tenía “algo” con el amigo al que visitaba. En ese momento creía que sí y asentí. Sorprendido me dijo: “¿Sabe que estás conmigo?”, respondí que no. Así iniciamos una plática del cómo era él.

Para mi sorpresa hablar con él me dio un panorama más objetivo de lo que vivía en ese momento y sin darme cuenta empecé a hacerme consiente de la realidad. “Si no tienes que llegar temprano a casa, podemos caminar por Pigalle hasta el Moulin Rouge”. No había recorrido esta parte de la ciudad y acepté. Caminamos un poco más confiados y relajados, las palabras fluían y la foto del reencuentro se dio frene al icónico Molino Rojo de la ciudad luz. Recuerdo su mirada pícara y su sonrisa al decirme que tenía un plan y me pidió que lo siguiera. Tomamos el metro rumbo a Trocadero al salir de la estación dimos unos cuantos pasos y ahí estaba la torre que empezó a iluminarse. 

En ese momento la Torre Eiffel tomó otro significado para mí, ya no es esa construcción de hierro que tienes que visitar para palomear tu lista de destinos. Es otro punto del mundo donde el universo me permitió reencontrarme con la persona que ha sacado lo mejor de mí, que me ha hecho pedazos y que me ha vuelto a armar. Cobijados por la noche parisina confesé que estaba muy contenta de estar con él. Michael me tomó de la cintura y un escalofrío recorrió mi cuerpo. No tuve más remedio que pedirle perdón antes de besarlo y fui correspondida. Nos miramos, nos abrazamos y lloramos. “Tú has sido lo mejor que me ha pasado en la vida”, dije. “De la mía también”, respondió mientras me abrazaba.

Tomó mi mano y caminamos hacia la estación de metro más cercana a casa. Me besó de nuevo y preocupado me dijo que ahora él tenía un problema porque no estaría en París los días que yo estaría ahí. Le respondí que no se preocupara el universo de nuevo se haría cargo cuando fuera el momento. Antes de irse me mostró en el mapa de metro en que estación vivía. No podía creerlo, compartíamos la misma línea, nos dividían seis estaciones. Nos despedimos una vez más, sabiendo que como Horacio y la Maga en Rayuela de Cortázar estábamos sin buscarnos pero sabiendo que íbamos a encontrarnos en San Francisco, Ciudad de México, París o en cualquier otra parte del mundo. 


Encuentros kármicos (parte 1)



Traté de hacer un cuento de esta historia, sin embargo tras pasar varias noches con hojas en blanco y pensamientos errantes entendí que esta narración no puede ser contada de otra forma que no sea por quien la vivó. Así, fue como aquel sábado en París decidí que era tiempo de culminar un capítulo de mi vida para entonces experimentar al cien por ciento los nuevos sentimientos que se presentaban.


El flashback
Nos conocimos un 6 de julio de 2011, dos días después de mi cumpleaños número 29 en el *nombre del hostal en San francisco*. Tras un día de breves pero entretenidas pláticas nocturnas intercambiamos cuentas de Facebook y números de teléfono. Él, Michael Kastennhuber (#MK), un alemán originario de Múnich se encontraba en un viaje a través del continente americano, había renunciado a su trabajo y viajaba desde Canadá hasta Brasil. Yo, estaba en mi mejor momento, recién había encontrado un trabajo de ensueño como coordinadora editorial de una revista de viajes y era la primera vez que mi mamá emprendía una travesía conmigo al estilo “mochilero”.

Al día siguiente de conocernos él dejó el hostal. Yo, continué con mi viaje por San Francisco unos días más. El destino quiso que al poco tiempo nos encontráramos en Ciudad de México. La puerta principal del Palacio de las Bellas Artes nuestro punto de salida hacia mi graduación como guía de turistas. Recuerdo que se quedaba en casa de una amiga que había conocido dos años antes en Monterrey, donde el horario estaba limitado y no podía experimentar la vibrante ciudad por la noche. Después de una charla quedamos en vernos al día siguiente, huiría y se refugiaría en mi casa. Yo, a pesar de ser martes le organizaría un breve tour, le di un mapa y lo cité a las 6:30 fuera de mi oficina.  

Así vivimos una noche única e inolvidable en Ciudad de México. Desde que platicamos por primera vez en San Francisco por mi mente pasó un inesperado: “¿por qué no me besa?”, me sorprendí de mi misma, cómo podría pensar eso si apenas lo conocía y era la segunda vez que platicábamos. La primera noche en la ciudad pasó lo mismo y lo dejé fluir. Veremos, me dije. Mi tour había comenzado y la primera parada fue llevarlo a una función de lucha libre. Decidió comprar una máscara afuera de la Arena México, por casualidad eligió la del Dr. Wagner. Después de enseñarle a gritar unos cuantos improperios y corregir su gramática de groserías en español era tiempo de refrescarnos. 

Mezcal. ¿Qué otra cosa, además del tequila podría encapsular a México en una bebida? La madrugaba llegaba y continuábamos disfrutando de la plática nuestro última parada fue el Pata Negra, ahí me besó por primera vez. “¿Por qué no nos besamos desde San Francisco? perdimos mucho tiempo”, me dijo. Yo me sorprendí porque me di cuenta que vibrábamos al unísono en pensamientos. Era nuestro tiempo, debíamos aprovecharlo.

Pasaron los días en la ciudad, él debía seguir su camino no podía permitirme ser un obstáculo para la culminación de ese viaje de un año que tanto había planeado y tampoco podría renunciar a mi trabajo que disfrutaba tanto. Yo debía ceder. Nos despedimos en un viaje increíble a Playa del Carmen: “Estando contigo me siento en casa”, dijo y lloramos.  

Un buen día el escribió desde panamá pidiéndome que cesáramos la comunicación. No podía con tanto y había llegado a pensar que no sabía que fue “eso” que tuvimos. Con tales declaraciones escribí una línea y me despedí. Desaparecí del Facebook y no volvimos a saber el uno del otro. A menos de que me ganaran las ganas por saber de él y le enviara uno que otro mail que si corría con suerte el remotamente contestaría...