Sunday, June 28, 2015

Encuentros kármicos (parte 1)



Traté de hacer un cuento de esta historia, sin embargo tras pasar varias noches con hojas en blanco y pensamientos errantes entendí que esta narración no puede ser contada de otra forma que no sea por quien la vivó. Así, fue como aquel sábado en París decidí que era tiempo de culminar un capítulo de mi vida para entonces experimentar al cien por ciento los nuevos sentimientos que se presentaban.


El flashback
Nos conocimos un 6 de julio de 2011, dos días después de mi cumpleaños número 29 en el *nombre del hostal en San francisco*. Tras un día de breves pero entretenidas pláticas nocturnas intercambiamos cuentas de Facebook y números de teléfono. Él, Michael Kastennhuber (#MK), un alemán originario de Múnich se encontraba en un viaje a través del continente americano, había renunciado a su trabajo y viajaba desde Canadá hasta Brasil. Yo, estaba en mi mejor momento, recién había encontrado un trabajo de ensueño como coordinadora editorial de una revista de viajes y era la primera vez que mi mamá emprendía una travesía conmigo al estilo “mochilero”.

Al día siguiente de conocernos él dejó el hostal. Yo, continué con mi viaje por San Francisco unos días más. El destino quiso que al poco tiempo nos encontráramos en Ciudad de México. La puerta principal del Palacio de las Bellas Artes nuestro punto de salida hacia mi graduación como guía de turistas. Recuerdo que se quedaba en casa de una amiga que había conocido dos años antes en Monterrey, donde el horario estaba limitado y no podía experimentar la vibrante ciudad por la noche. Después de una charla quedamos en vernos al día siguiente, huiría y se refugiaría en mi casa. Yo, a pesar de ser martes le organizaría un breve tour, le di un mapa y lo cité a las 6:30 fuera de mi oficina.  

Así vivimos una noche única e inolvidable en Ciudad de México. Desde que platicamos por primera vez en San Francisco por mi mente pasó un inesperado: “¿por qué no me besa?”, me sorprendí de mi misma, cómo podría pensar eso si apenas lo conocía y era la segunda vez que platicábamos. La primera noche en la ciudad pasó lo mismo y lo dejé fluir. Veremos, me dije. Mi tour había comenzado y la primera parada fue llevarlo a una función de lucha libre. Decidió comprar una máscara afuera de la Arena México, por casualidad eligió la del Dr. Wagner. Después de enseñarle a gritar unos cuantos improperios y corregir su gramática de groserías en español era tiempo de refrescarnos. 

Mezcal. ¿Qué otra cosa, además del tequila podría encapsular a México en una bebida? La madrugaba llegaba y continuábamos disfrutando de la plática nuestro última parada fue el Pata Negra, ahí me besó por primera vez. “¿Por qué no nos besamos desde San Francisco? perdimos mucho tiempo”, me dijo. Yo me sorprendí porque me di cuenta que vibrábamos al unísono en pensamientos. Era nuestro tiempo, debíamos aprovecharlo.

Pasaron los días en la ciudad, él debía seguir su camino no podía permitirme ser un obstáculo para la culminación de ese viaje de un año que tanto había planeado y tampoco podría renunciar a mi trabajo que disfrutaba tanto. Yo debía ceder. Nos despedimos en un viaje increíble a Playa del Carmen: “Estando contigo me siento en casa”, dijo y lloramos.  

Un buen día el escribió desde panamá pidiéndome que cesáramos la comunicación. No podía con tanto y había llegado a pensar que no sabía que fue “eso” que tuvimos. Con tales declaraciones escribí una línea y me despedí. Desaparecí del Facebook y no volvimos a saber el uno del otro. A menos de que me ganaran las ganas por saber de él y le enviara uno que otro mail que si corría con suerte el remotamente contestaría...

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