Traté
de hacer un cuento de esta historia, sin embargo tras pasar varias noches con
hojas en blanco y pensamientos errantes entendí que esta narración no puede ser
contada de otra forma que no sea por quien la vivó. Así, fue como aquel sábado
en París decidí que era tiempo de culminar un capítulo de mi vida para entonces
experimentar al cien por ciento los nuevos sentimientos que se presentaban.
El flashback
Nos
conocimos un 6 de julio de 2011, dos días después de mi cumpleaños número 29 en
el *nombre del hostal en San francisco*. Tras un día de breves pero
entretenidas pláticas nocturnas intercambiamos cuentas de Facebook y números de
teléfono. Él, Michael Kastennhuber (#MK), un alemán originario de Múnich se
encontraba en un viaje a través del continente americano, había renunciado a su
trabajo y viajaba desde Canadá hasta Brasil. Yo, estaba en mi mejor momento,
recién había encontrado un trabajo de ensueño como coordinadora editorial de
una revista de viajes y era la primera vez que mi mamá emprendía una travesía
conmigo al estilo “mochilero”.
Al
día siguiente de conocernos él dejó el hostal. Yo, continué con mi viaje por
San Francisco unos días más. El destino quiso que al poco tiempo nos
encontráramos en Ciudad de México. La puerta principal del Palacio de las
Bellas Artes nuestro punto de salida hacia mi graduación como guía de turistas.
Recuerdo que se quedaba en casa de una amiga que había conocido dos años antes
en Monterrey, donde el horario estaba limitado y no podía experimentar la
vibrante ciudad por la noche. Después de una charla quedamos en vernos al día
siguiente, huiría y se refugiaría en mi casa. Yo, a pesar de ser martes le
organizaría un breve tour, le di un mapa y lo cité a las 6:30 fuera de mi
oficina.
Así
vivimos una noche única e inolvidable en Ciudad de México. Desde que platicamos
por primera vez en San Francisco por mi mente pasó un inesperado: “¿por qué no
me besa?”, me sorprendí de mi misma, cómo podría pensar eso si apenas lo
conocía y era la segunda vez que platicábamos. La primera noche en la ciudad
pasó lo mismo y lo dejé fluir. Veremos, me dije. Mi tour había comenzado y la
primera parada fue llevarlo a una función de lucha libre. Decidió comprar una
máscara afuera de la Arena México, por casualidad eligió la del Dr. Wagner.
Después de enseñarle a gritar unos cuantos improperios y corregir su gramática
de groserías en español era tiempo de refrescarnos.
Mezcal.
¿Qué otra cosa, además del tequila podría encapsular a México en una bebida? La
madrugaba llegaba y continuábamos disfrutando de la plática nuestro última
parada fue el Pata Negra, ahí me besó por primera vez. “¿Por qué no nos besamos
desde San Francisco? perdimos mucho tiempo”, me dijo. Yo me sorprendí porque me
di cuenta que vibrábamos al unísono en pensamientos. Era nuestro tiempo,
debíamos aprovecharlo.
Pasaron
los días en la ciudad, él debía seguir su camino no podía permitirme ser un
obstáculo para la culminación de ese viaje de un año que tanto había planeado y
tampoco podría renunciar a mi trabajo que disfrutaba tanto. Yo debía ceder. Nos
despedimos en un viaje increíble a Playa del Carmen: “Estando contigo me siento
en casa”, dijo y lloramos.
Un
buen día el escribió desde panamá pidiéndome que cesáramos la comunicación. No
podía con tanto y había llegado a pensar que no sabía que fue “eso” que
tuvimos. Con tales declaraciones escribí una línea y me despedí. Desaparecí del
Facebook y no volvimos a saber el uno del otro. A menos de que me ganaran las
ganas por saber de él y le enviara uno que otro mail que si corría con suerte
el remotamente contestaría...
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